El pentecostalismo o movimiento pentecostal es un movimiento evangélico de iglesias y organizaciones cristianas que recalcan la doctrina del bautismo en el Espíritu Santo, cuya manifestación contemporánea se catalizó a partir del llamado Avivamiento de la Calle Azuza dirigido por el pastor afroamericano William J. Seymour en una Iglesia Metodista Episcopal Africana de Los Ángeles, California en 1906. Sin embargo, sería erróneo considerar el pentecostalismo una versión o corriente moderna o nueva dentro del cristianismo. Varios de los conceptos que considera el movimiento pentecostal son rescatados de personajes del cristianismo primitivo, como es el caso del obispo Ireneo de Lyon, quien hablaba de las distintas manifestaciones del Espíritu Santo, el don de lenguas y el don de profecía; este último don también era insinuado por Tertuliano. Años más tarde, Agustín de Hipona practicó la imposición de manos para buscar la glosolalia.
Este tipo de prácticas disminuyó considerablemente durante la Edad Media, época del apogeo del catolicismo en occidente. Sólo más tarde, con la Reforma protestante del siglo XVI, se registraron experiencias semejantes a las de la glosolalia y el avivamiento, buscadas actualmente por los pentecostales.
I.- LA PROMESA DEL PADRE EN EL ANTIGUO TESTAMENTO: Las creencias de los pentecostales no son nuevas, mucho menos representan una desviación teológica de las enseñanzas cristianas originales; por el contrario, reflejan un retorno a las mismas. El Antiguo y el Nuevo Testamento testifican de ello ampliamente. El derramamiento del Espíritu el Día de Pentecostés (Hechos 2) fue el clímax de las promesas que Dios había hecho siglos antes acerca de la institución del nuevo pacto y venida de la era del Espíritu. El Antiguo Testamento es indispensable para la comprensión de la venida del Espíritu Santo para los creyentes bajo el nuevo pacto. Hay un pasaje profético que es especialmente significativo: “…Y después de esto derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días…” (Joel 2:28,29). La profecía de Joel habla de un dramático derramamiento del Espíritu Santo que resulta en profecía, sueños, y visiones. El término “pentecostal” y “carismático” en nuestro día ha venido a identificar aquellos que creen y que han tenido una experiencia personal y colectiva, con la manera dinámica en que el Espíritu se manifiesta a través de los diversos dones, como los que se enumeran en 1 Corintios 12:7–10. El Día de Pentecostés, los discípulos “fueron todos llenos del Espíritu Santo”, que Pedro explicó como el cumplimiento de la profecía de Joel (Hechos 2:16–21).
II.- EL CUMPLIMIENTO DE LA PROMESA EN EL NUEVO TESTAMENTO: Los escritos de Lucas (el tercer evangelio y el libro de los Hechos) provee la más clara comprensión del bautismo en el Espíritu Santo. Lucas, además de ser un certero historiador, también es teólogo por derecho propio y usa el medio de la narrativa histórica para expresar la verdad teológica. Además de los cuatro evangelios, las únicas referencias indisputables de la predicción de Juan el bautista acerca del bautismo en el Espíritu está en el libro de los Hechos (Lucas 1:5; 11:16). Además, Lucas es el único evangelio que contiene dos declaraciones de Jesús que se relacionan directamente con el bautismo en el Espíritu: “…Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:13); “He aquí, yo enviaré la promesa de mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad de Jerusalén, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto” (Lucas 24:49). El primer capítulo de los Hechos reanuda el tema de estas promesas. Jesús “les mandó [a sus discípulos] que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cual, les dijo, oísteis de mí. Porque Juan ciertamente bautizó con agua, mas vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días” (Hechos 1:4,5); “pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hechos 1:8). Todo el libro de los Hechos es un comentario de estos versículos, que profundiza los asuntos relacionados con el apoderamiento espiritual y la expansión del evangelio en el Imperio Romano. Por lo tanto, es necesario explorar lo que Lucas dice acerca del bautismo en el Espíritu. Sin embargo, este énfasis en el libro de Lucas no minimiza otros aspectos importantes del ministerio del Espíritu Santo en otros escritos que no son de Lucas, como, por ejemplo. Juan 14–16; Romanos 8; 1 Corintios 12–14. Tampoco implica que otros escritores guardaron silencio respecto al asunto del bautismo en el Espíritu o que Lucas limita la obra del Espíritu únicamente al bautismo en el Espíritu. Es importante reconocer que Lucas escribió bajo la inspiración del Espíritu Santo. Considerando que Lucas y Hechos son de carácter histórico, Lucas seleccionó sucesos y expresiones que enfatizaran el aspecto dinámico de la obra del Espíritu Santo. Los primeros cuatro capítulos del evangelio de Lucas presentan un claro cuadro de que la prometida era del Espíritu había sido inaugurada. Lucas presenta la actividad del Espíritu de una manera que claramente evoca la profecía de Joel. Durante cuatrocientos años la actividad del Espíritu Santo entre el pueblo de Dios había estado virtualmente ausente. Ahora irrumpe en una sucesión de acontecimientos relacionados con los nacimientos de Juan el bautista y de Jesús, y con el inicio del ministerio terrenal de Jesús. Visitaciones angélicas, concepciones milagrosas, palabras proféticas, el Espíritu que desciende sobre Jesús en su bautismo, el apoderamiento de Jesús para su ministerio terrenal, todas estas cosas están registradas en una rápida sucesión con el fin de enfatizar el advenimiento de la era prometida.
III.- LA EXPERIENCIA PENTECOSTAL ES PARA TODOS: El Día de Pentecostés (Hechos 2:1–21). La primera instancia en que los discípulos reciben una experiencia de tipo carismática sucedió el Día de Pentecostés (Hechos 2:1–4). La venida del Espíritu ese día no tuvo precedentes; fue un acontecimiento único, histórico, terminado, e irrepetible conectado con la institución del nuevo pacto. Pero como Hechos indica, la experiencia de los discípulos en Pentecostés en un nivel personal también sirve como un paradigma para los creyentes que vinieron después (Hechos 8:14–20; 9:17; 10:44–48; 19:1–7). La Biblia nos enseña claramente que la experiencia del bautismo en el Espíritu Santo es para todos los creyentes a través de las generaciones. Nunca fue la voluntad de Dios que dicha experiencia cesara en Su iglesia: “…Y Pedro les dijo: Arrepentíos y sed bautizados cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de vuestros pecados, y recibiréis el don del Espíritu Santo. 39 Porque la promesa es para vosotros y para vuestros hijos y para todos los que están lejos, para tantos como el Señor nuestro Dios llame…” (Hechos 2:38-39, LBLA).
IV.- EL BAUTISMO EN EL ESPÍRITU SANTO Y LA REGENERACIÓN NO SON LO MISMO NI OCURREN NECESARIAMENTE AL MISMO TIEMPO, PUES SON DOS EXPERIENCIAS DISTINTAS: Los grupos no pentecostales sugieren a menudo que el bautismo en el Espíritu Santo equivale a ser sellado con el mismo al momento de la regeneración y que, por ende, no existe manifestación visible del mismo. Con ello pretenden negar la experiencia pentecostal y la validez del movimiento; pero ¿Fue el Pentecostés una experiencia de los discípulos que vino a “continuación” de la conversión? En una ocasión Jesús dijo a setenta y dos de sus discípulos: “regocijaos de que vuestros nombres están escritos en los cielos” (Lucas 10:20). No es necesario localizar con exactitud el momento preciso de su regeneración en el sentido que el Nuevo Testamento le da a la palabra. Si hubieran muerto antes del descenso del Espíritu en Pentecostés, ellos seguramente habrían ido a la presencia del Señor. Sin embargo, muchos eruditos ven la experiencia del nuevo nacimiento de los discípulos como algo que sucedió en el momento en que el Cristo resucitado “sopló, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Juan 20:22).
Es significativo que en ningún caso el Nuevo Testamento iguala la expresión “llenos del Espíritu Santo” (Hechos 2:4) con la regeneración. Siempre se usa en conexión con personas que ya son creyentes.
Los samaritanos (Hechos 8:14–20). El pentecostés samaritano muestra que uno puede ser un creyente y aun así no haber tenido una experiencia del tipo pentecostal. Las siguientes observaciones muestran que los samaritanos eran genuinos seguidores de Jesús antes de la visita de Pedro y Juan:
(1) Felipe claramente les proclamó las buenas nuevas del evangelio (versículo 5).
(2) Ellos creyeron y fueron bautizados (versículos 12,16)
(3) Ellos habían “recibido [dekomai] la palabra de Dios” (versículo 14), una expresión sinónima de conversión (Hechos 11:1; 17:11; véase también 2:41)
(4) Pablo y Juan les impusieron las manos para “recibieran el Espíritu Santo” (versículo 17), una práctica que el Nuevo Testamento nunca asocia a la salvación.
(5) Los samaritanos, después de su conversión, tuvieron una dramática y observable experiencia del Espíritu (versículo 18).
Saulo de Tarso nos muestra a través de su experiencia este mismo punto (Hechos 9:17). La experiencia de Saulo de Tarso también demuestra que ser lleno del Espíritu Santo es una experiencia identificable que va más allá de la obra del Espíritu en la regeneración. Tres días después de su encuentro con Jesús en el camino a Damasco (Hechos 9:1–19), recibió la visita de Ananías.
Las siguientes observaciones son importantes:
(1) Ananías se dirigió a él como “Hermano Saulo”, que probablemente indica una relación mutualmente fraterna con el Señor Jesucristo.
(2) Ananías no instó a Pablo al arrepentimiento ni a creer, aunque sí lo animó a ser bautizado (Hechos 22:16).
(3) Ananías puso las manos sobre Saulo para que recibiera sanidad y para que fuera lleno del Espíritu.
(4) Hubo un lapso de tres días entre la conversión y el momento en que fue lleno del Espíritu.
La casa de Cornelio en Cesarea nos aclara un poco más este punto (Hechos 10:44–48). La narración acerca de Cornelio alcanza su punto cúspide en el derramamiento del Espíritu Santo sobre él y los de su casa. Él no era cristiano antes de la visita de Pedro; él era un hombre temeroso de Dios, un gentil que había dejado el paganismo y había adoptado importantes aspectos del judaísmo sin convertirse en prosélito, es decir, plenamente judío. Aparentemente, quienes era de la casa de Cornelio creyeron y fueron regenerados en el momento en que Pedro habló de Jesús como aquel a través del cual “todos los que en él creyeren, recibirán perdón de pecados por su nombre” (versículo 43). Al parecer, simultáneamente experimentaron un derramamiento del Espíritu como el que hubo el Día de Pentecostés, como Pedro después informó a la iglesia de Jerusalén (Hechos 11:17; 15:8,9). Las expresiones con que se describe esta experiencia no se usan en ninguna parte de los Hechos para describir la conversión: “el Espíritu Santo cayó sobre” (Hechos 10:44; 8:16); “el don del Espíritu Santo” (Hechos 10:45; 11:17; 8:20); “sobre los gentiles se derramase” (Hechos 10:45); “bautizados con [en] en el Espíritu Santo” (Hechos 11:16).
El bautismo en el Espíritu de los creyentes en Cesarea es paralelo al de los creyentes en Jerusalén (Hechos 2), Samaria (Hechos 8), y Damasco (Hechos 9). Pero a diferencia de la experiencia de sus antecesores, ellos vivieron una experiencia unificada en que la conversión y el bautismo en el Espíritu sucedió en una rápida sucesión, pero manteniéndose siempre como dos hechos separados.
En Éfeso, Pablo encontró un grupo de Discípulos que no habían experimentado el bautismo en el Espíritu (Hechos 19:1–7).. De este suceso derivan tres importantes preguntas:
(1) ¿Eran estos hombres seguidores de Jesús o seguidores de Juan el bautista? En el libro de los Hechos, en casi cada ocurrencia de la palabra “discípulo” (mathe-te-s), con sólo una excepción, se refiere a los seguidores de Jesús. La razón de Lucas para referirse a estos hombre como “ciertos discípulos” es que no estaba seguro del número exacto: “Eran por todos unos doce hombres” (versículo 7). Ellos eran creyentes cristianos que necesitaban enseñanza; como Apolos (Hechos 18:24–27), ellos necesitaban que se les expusiera “más exactamente el camino de Dios” (18:26).
(2) Qué quiso decir Pablo con la pregunta: “¿Recibisteis el Espíritu Santo cuando creísteis?” (una traducción estricta del versículo 2). Él percibió en ellos una carencia espiritual, pero no cuestionó la validez de su fe en Jesús. Considerando que en el libro de los Hechos la cláusula “recibir el Espíritu Santo” se refiere al bautismo (Hechos 8:15,17,19; 10:47; 2:38), Pablo está preguntando si han tenido la experiencia de la venida del Espíritu Santo sobre ellos en una manera carismática, cómo sí sucedió después (versículo 6).
(3) ¿Está de acuerdo Pablo con la enseñanza de Lucas de que hay una obra del Espíritu en los creyentes que se distingue de su obra en la salvación? Este suceso en Éfeso, como también la propia experiencia de Pablo, requiere de una respuesta afirmativa.
CONCLUSIÓN: (1.- En tres de las cinco instancias (Samaria, Damasco, Éfeso) las personas que tuvieron una experiencia del Espíritu identificable ya eran creyentes. En Cesarea, esa experiencia fue casi simultánea con la fe salvadora de Cornelio y los de su casa. En Jerusalén, los receptores (los apóstoles y demás discípulos) ya eran creyentes en Cristo.
(2.- En los tres relatos hubo un lapso entre la conversión y el bautismo en el Espíritu (Samaria, Damasco, Éfeso). El intervalo de espera en el derramamiento de Jerusalén fue necesario con el fin de que se cumpliera la importancia tipológica del Día de Pentecostés. En el caso de Cesarea, no se distingue un lapso.
(3.- La posición ideal y bíblica recta es que el bautismo en el Espíritu Santo y la conversión, o la regeneración, no son lo mismo ni ocurren, necesariamente, al mismo tiempo.