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¿Tiene la Iglesia Local autoridad para imponer sanciones disciplinarias sobre sus miembros?

Es importante que estudiemos, obedezcamos y practiquemos lo que la Biblia enseña acerca del asunto de la disciplina en la iglesia, porque la mayoría de las “iglesias” hoy día no practican la disciplina. En las iglesias liberales, un miembro puede ser un fornicario, un adúltero, un mujeriego, un sodomita, un ladrón, un borracho (o cualquier otro tipo de pecado), sin temor de ser expulsado de la membresía. Esto no debe ser así en las iglesias fundamentadas en la Biblia. Los evangélicos no creemos que la comunión de la iglesia esté abierta a todas las personas cualquiera sea su estilo de vida. Las iglesias verdaderas son asambleas cuyos miembros son personas que han sido nacidos de nuevo, que han sido bautizados como creyentes, y están viviendo una vida santa y obediente. No podemos ni debemos consentir en nuestras iglesias el pecado.

Tal enseñanza no es popular hoy en día, pues quizá alguien dirá que no es bondadoso quitarle a nadie sus privilegios de membresía en la iglesia. Sin embargo, bíblicamente hablando, no es bondadoso que permitamos que el pecador continúe con sus privilegios de miembro y siga pensando que es salvo, cuando luego va a morir e irse al infierno (1 Corintios 6:9-10). Por ejemplo, la Biblia enseña que los adúlteros, ladrones y borrachos irán al lago de fuego. Lo bondadoso es advertirle y disciplinar a tales personas, de modo que pueden reconocer que son pecadores, que necesitan arrepentirse y ser salvos del infierno. No debemos perder de vista que el propósito de la disciplina es que “el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús” (1 Corintios 5:5). La disciplina es un sistema bondadoso para restaurar a los pecadores que están en el rumbo al infierno, y también es el mandamiento de Dios, por lo tanto, no debemos decir que el sistema de disciplina no es bondadoso.

La Biblia enseña la doctrina de la separación del mundo y del pecado. Sin embargo, para practicar la doctrina de separación, es necesario que apartemos de los pecadores impenitentes aún dentro de las iglesias (2 Tesalonicenses 3:4-7). Esto es el mandamiento de Dios, que no permitimos en nuestra iglesia la comunión plena a ninguna persona que anda desordenadamente. Si estamos opuestos a la inmundicia y perversidad en el mundo, debemos oponernos también a la inmundicia y perversidad dentro de la iglesia también. Seríamos hipócritas si condenamos a los incrédulos que promueven el sexo libre o cualquier otra inmundicia, pero permitimos lo mismo en nuestras iglesias.

Cuando un miembro es suspendido en sus derechos de membresía, expulsado (o excomulgado en algunas denominaciones), esto no significa que no puede ser salvo; solamente significa que no puede, en aquella condición, participar con nosotros en la Cena del Señor, participar en el liderazgo o gozar plenamente de sus derechos de miembro. Puede asistir a los cultos y, luego de arrepentirse y cumplir su proceso disciplinario, puede recuperar sus derechos y privilegios de membresía otra vez.

I.- NIVELES DE LA DISCIPLINA ECLESIÁSTICA: Históricamente, la disciplina eclesial ha servido como un proceso tanto formativo como correctivo mediante el cual el creyente es guiado por sus hermanos en la fe:

(A.- NIVEL FORMATIVO: A nivel formativo, los dos componentes más importantes de la disciplina son la enseñanza bíblica y buenos ejemplos prácticos en la iglesia. Los nuevos convertidos necesitan ser instruidos en la Palabra y ver vidas piadosas en la congregación local.

(B.- NIVEL CORRECTIVO: En plan correctivo, la disciplina empieza cuando el pastorado, en comunión con el liderazgo, junta directiva o cuerpo oficial de la iglesia, reprende a un miembro de la congregación a solas por un pecado cometido en prejuicio del buen nombre de la iglesia o comunidad religiosa. En algunas denominaciones, el acto más severo de la disciplina sería excomulgar a un miembro no arrepentido de la iglesia.

Tristemente, la disciplina eclesial ha desaparecido de la iglesia cristiana contemporánea, principalmente dentro de las denominaciones protestantes históricas, aunque gradualmente va desapareciendo incluso dentro de las iglesias evangélicas más conservadoras. Muchos, amparados en versículos fuera de contexto como Lucas 6:37; 6:41; Juan 8:7; Romanos 2:1; 14:10; 14:13; 1 Corintios 4:5 y Santiago 4:11, niegan la validez de la disciplina eclesiástica, tachándola de innecesaria o abusiva. Sin embargo, no por negarla deja de ser cierto que la disciplina y la corrección son vitales para la salud de la iglesia local.

II.- ¿POR QUÉ DISCIPLINAR? (1.- DEFENDER EL HONOR DE DIOS Y DE CRISTO: El primer propósito de la disciplina es defender el honor de Dios y de Cristo. Dios quiere que su pueblo dé un buen testimonio. Romanos 2:24 nos revela una triste realidad en el pueblo de Dios: “…Porque como está escrito, el nombre de Dios es blasfemado entre los gentiles por causa de vosotros…”. Los cristianos que persisten en pecar dan un mal testimonio al mundo y en cierto sentido, tales creyentes sirven para endurecer los corazones de los incrédulos. Los no creyentes pueden justificar su pecado, mofándose de la conducta de los redimidos del Señor. Los incrédulos necesitan entender que hay una línea de separación entre el reino de Dios y el reino de este mundo. Dios quiere que la novia de Cristo sea gloriosa, sin mancha ni arruga ni cosa semejante (Efesios 5:27) para ser un hermoso reflejo de su perfecta santidad. Una iglesia que permite la existencia de pecado impenitente no puede brillar con la luz del Señor. Cuando, en nombre del amor, pasamos por alto la disciplina, estamos metiéndonos con la mismísima gloria de Dios. ¡Es así de serio! Basta leer las advertencias de Apocalipsis 2 y 3 a las iglesias del Asia Menor para caer en cuenta de tal realidad.

(2.- PROTEGER AL REBAÑO DEL SEÑOR: El segundo propósito de la disciplina es proteger al rebaño del Señor. Si toleramos una raíz de amargura en la iglesia, puede llegar a contaminar a muchos (Hebreos 12:15). Una manzana podrida no tardará en corromper las otras manzanas que la rodean. Pablo deja esto bien claro en 1 Corintios 5:6, “… ¿No sabéis que un poco de levadura leuda toda la masa?..” Cristo protege a su iglesia mediante el proceso de disciplina eclesial. Cuando reprendemos a los que siguen en el pecado impenitentemente, sirve de ejemplo para los demás cristianos: “…A los que persisten en pecar, repréndelos delante de todos, para que los demás también teman…” (1 Timoteo 5:20). El temor santo, pues, forma parte de la santificación cristiana. Podemos pensar en el ejemplo de Pablo cuando reprendió a Pedro públicamente por su hipocresía en comer con los creyentes judíos y no con los hermanos gentiles (Gálatas 2:11). Pedro fue reprendido y toda la iglesia tomó nota. Pablo acabó con la corrupción del pescador.

(3.- RESTAURACIÓN DEL PECADOR: El tercer propósito de la disciplina es la restauración del pecador. Por muy duro que parezca, es conveniente que la maldad de los creyentes sea condenada, a fin de que, advertidos por la vara de la iglesia, reconozcan sus faltas, en los cuales permanecen y se endurecen cuando se les trata dulcemente o se ignora la falta. La meta de la disciplina es ganar al hermano (Mateo 18:15), restaurar al pecador (Gálatas 6:1), salvar su espíritu en el día del Señor Jesús (1 Corintios 5:5). Si hace falta que el ofensor pase por vergüenza con el fin de que se arrepienta, ¡Qué así sea! Pablo amonestó: “…Si alguno no obedece a lo que decimos por medio de esta carta, a ése señaladlo y no os juntéis con él, para que se avergüence. Mas no lo tengáis por enemigo sino amonestadle como a hermano…” (2 Tesalonicenses 3:14-15). Si el ofensor es una oveja del Señor, el Señor empleará la vergüenza para llevarle de nuevo al redil. El Nuevo Testamento reconoce la necesidad de temor y vergüenza en la disciplina del ofensor, pero hay que entender que detrás de este proceso de disciplina hay un espíritu tierno y amoroso que procura el bienestar eterno de la persona así corregida. El fin es la restauración completa del pecador. La vara cristiana es una vara de amor.

CONCLUSIÓN: Como iglesia, haríamos bien en avivar la práctica olvidada de la disciplina eclesial. Da igual si no es popular. Lo que importa es que es bíblico. Jesús instituyó la disciplina eclesial y Él sabe edificar a su iglesia mejor que nosotros. En la Biblia aprendemos que:

(1.- La disciplina eclesiástica es necesaria. Incluso la excomunión (la pena máxima en algunas denominaciones) es enseñada en la Biblia. La excomunión es la separación formal de un individuo, de las actividades de membresía de la iglesia.

(2.- Jesús, en Mateo 18:15-20, menciona el proceso y la autoridad de la iglesia para hacer esto. Nos enseña que un individuo (usualmente la parte ofendida) debe ir con el ofensor. Si él o ella no se arrepiente, entonces dos o tres miembros deben confirmar la situación y la negativa de arrepentimiento. Si aún así no hay arrepentimiento, es llevado ante la iglesia. Este proceso nunca es “deseable,” así como un padre jamás se deleita en tener que disciplinar a sus hijos. Sin embargo, con frecuencia es necesario. El propósito no es ser espiritualmente crueles o tomar la actitud de ser “más santos que tú.” Se trata más bien de hacerlo en amor, con el propósito de mostrar amor hacia el individuo, en obediencia y honor a Dios, y en piadoso temor por el bien de los demás en la iglesia.

(3.- La Biblia da un ejemplo de la necesidad de disciplina en una iglesia local, con la iglesia en la ciudad de Corinto (1 Corintios 5:1-13). En este pasaje, el apóstol Pablo también nos da algunos propósitos detrás del uso bíblico de la disciplina eclesiástica. Una razón (no encontrada directamente en el pasaje) es por el bien del testimonio de Jesucristo (y Su iglesia) ante los no creyentes. Cuando David pecó con Betsabé, una de las consecuencias de su pecado que Dios menciona, es que el nombre del único y verdadero Dios sería blasfemado por los enemigos de Dios (2 Samuel 12:14). Una segunda razón es que el pecado es como un cáncer; si se tolera su presencia, éste se extiende a aquellos que están alrededor, de la misma manera que un poco de levadura leuda toda la masa (1 Corintios 5:6-7). También Pablo explica que Jesús nos salvó para que podamos ser apartados del pecado, que podamos ser “sin levadura” o liberados de aquello que produce la decadencia espiritual (1 Corintios 5:7-8).

(4.- El deseo de Jesucristo para Su novia, la Iglesia, es que ella pueda ser pura y sin mancha (Efesios 5:25-27). La disciplina eclesiástica también es por el bien a largo plazo de aquel que es disciplinado por la iglesia. Pablo, en 1 Corintios 5:5, declara que la disciplina eclesiástica es una manera de rescatar al individuo “el tal sea entregado a Satanás para destrucción de la carne, a fin de que el espíritu sea salvo en el día del Señor Jesús.” Esto significa que la disciplina eclesiástica puede implicar que de alguna manera Dios utiliza a Satanás (o uno de sus demonios) como una herramienta disciplinaria para trabajar físicamente en la vida del pecador, a fin de traer un verdadero arrepentimiento en su corazón.

(5.- Algunas veces la acción disciplinaria de la iglesia tiene éxito al producir una tristeza piadosa y un verdadero arrepentimiento. Cuando esto ocurre, el individuo está preparado para ser reintegrado al compañerismo. El individuo de quien se habla en el pasaje de 1 Corintios 5 se arrepintió, y Pablo animó a la iglesia a restablecerlo al compañerismo con la iglesia (2 Corintios 2:5-8). Desgraciadamente, la acción disciplinaria, aún cuando es hecha en amor y de la manera correcta, no siempre es exitosa en producir tal restauración, pero aún así es necesaria para llevar a cabo los demás buenos propósitos antes mencionados.

Quizá no sea popular, pero la disciplina ejercida en la iglesia, aunque no es ni deseable ni fácil, no sólo es necesaria, sino también amorosa. Más aún, es ordenada por Dios.

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