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¿Por qué algunas iglesias prohíben que la mujer hable y enseñe en la congregación? ¿De verdad enseñó

¡No! Pablo no era ni machista ni misógino; sin embargo, muchos tergiversan sus palabras. Como bien lo dijera el apóstol Pedro: "...Al tratar estos temas en todas sus cartas. Algunos de sus comentarios son difíciles de entender, y los que son ignorantes e inestables han tergiversado sus cartas para que signifiquen algo muy diferente, así como lo hacen con otras partes de la Escritura..." (2 Pedro 3:16, NTV). Para nadie es un secreto que algunas de las alusiones paulinas acerca de la mujer, la condición de ésta en Cristo y su lugar en la Iglesia suelen ser mal interpretadas. Las palabras de Pablo dirigidas a la iglesia con más problemas, la de Corinto, son un ejemplo de ello: “...Vuestras mujeres callen en las congregaciones, porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos; porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación...” (1 Corintios 14:34-35)

I.- LAS MUJERES CALLEN EN LAS CONGREGACIONES (CONTEXTO HISTÓRICO):

Durante la época del Nuevo Testamento, las mujeres eran una mera posesión del padre o del marido, carente de cualquier derecho e instrucción en cuestiones de formación académica o educación más allá del hogar. Este panorama desolador es el primer argumento para deducir que no sería descabellada la posibilidad de que las mujeres, al experimentar su nueva libertad en Cristo (Gálatas 3:28) hubiesen estado interrumpiendo las reuniones eclesiásticas con continuas preguntas o comentarios inadecuados para una reunión pública. Otro asunto a tener en cuenta para entender lo mejor posible esta orden de silencio para las esposas, es el hecho común de que muchas de estas primeras cristianas traían consigo algunos comportamientos de mal gusto propios de los cultos paganos de procedencia, algo que se acentuaría en el caso de Corinto, la capital de influyentes corrientes paganas y filosóficas como el incipiente gnosticismo (practicantes de la gnosis = lit. conocimiento), uno de los grandes enemigos de la fe cristiana durante todo el Nuevo Testamento y los siglos siguientes. Esta influencia negativa se constata especialmente peligrosa y delicada en la iglesia de Corinto según vemos en los escritos de Pablo y en referencias externas. Los capítulos del 12 al 14 de la primera carta del apóstol a los corintios constatan problemas en los cultos y la tendencia de estos creyentes a expresarse en éxtasis espontáneos mediante el don de lenguas o el de profecía. Esto no era malo en sí pero todo debía hacerse “decentemente y con orden” (1 Corintios 12:40) El gnosticismo constituía una corriente tan poderosa que una parte importante del Nuevo Testamento recoge advertencias para protegerse contra esta influencia pagana.

La epístola a los colosenses, a los corintios, a Timoteo o así como las cartas de Juan contienen numerosas instrucciones contra las antibíblicas amenazas gnósticas. Dado que la doctrina cristiana se estaba asentando por entonces y, obviamente, no tenían aún la Biblia con ellos, muchos de estos nuevos creyentes no habían conseguido desprenderse definitivamente de aquellas creencias paganas que amenazaban con un confuso sincretismo, y esto afectaba muy especialmente a las mujeres. Entre las diferentes vertientes de la gnosis era frecuente que algunas mujeres poseyeran un papel similar al del médium espiritista en las reuniones públicas comunicando mensajes supuestamente angelicales que no eran otra cosa que perversos mensajes expuestos con alboroto e indecencia. En la corriente gnóstica del montanismo (S. II al IV) se llegaba a considerar a estas mujeres como superiores incluso al propio Cristo. Los estudios históricos frecuentemente destacan la existencia de contundentes elementos que favorecían la participación activa y prominente de las mujeres en este complejo movimiento. Para ellas resultaban especialmente atractivos muchos de “los argumentos de la falsamente llamada ciencia (gnosis)” (1 Timoteo 6:20) que tanto preocupaban a los apóstoles. En los movimientos gnósticos tempranos, el énfasis recaía sobre algunas mujeres iluminadas como vehículo de transmisión esotérica. Estas corrientes paganas sacudían a la iglesia primitiva en general y a Corinto en particular. Es de notar que la solución de “pregunten a sus maridos” es para las esposas y no para las solteras o viudas que sabemos que había en Corinto (1 Corintios 7:8). Esto de por sí implica que las palabras de Pablo haciendo callar a las mujeres no deben considerarse como dogmas o principios espirituales inherentes para todo el género femenino. La gnosis había hecho especialmente estragos entre el elemento femenino de las mujeres cristianas. Tan fuerte había llegado a ser el problema, que Pablo optó por recomendar a Timoteo que se opusiera a que hubiera mujeres desempeñando ministerios de enseñaza (1 Timoteo 2:11-12) Si la ofensiva gnóstica se había infiltrado así entre las mujeres, sería más prudente impedir a estas que enseñaran. En este delicado contexto religioso se escribe 1 Corintios 14:34, un versículo en el que Pablo exhorta al autocontrol de la mujer a modo de “estén sujetas” (hupotasso) que indica que la persona apelada (la mujer en este caso) es llamada a realizar una acción de autocontrol. Literalmente el texto dice “que las mujeres se controlen a sí mismas, como la ley dice”.

Los eruditos bíblicos han tratado de encontrar tal ley en el Antiguo Testamento o en la tradición judía, sin conseguirlo. La razón es que Pablo no está aludiendo a la Ley de Moisés. Sería inconcebible que Pablo, el gran defensor de la gracia frente a la ley, acudiera ahora a ella. Pero, además, es que no hay ni un texto en el Antiguo Testamento que afirme tal cosa. En realidad, parece que Pablo estaba haciendo referencia a la ley civil de la sociedad Greco-Romana, que ponía límites a los excesos de ciertas prácticas religiosas, especialmente llevadas a cabo por mujeres. La coherencia de esta interpretación que identifica “la ley” con las normas sociales estipuladas y no una Ley mosaica considerada “caduca” por el mismo Pablo (Gálatas 3:14. Romanos 10:4) se refuerza al estar dentro de una exhortación para mantener el orden y guardar decoro durante el uso de los dones espirituales en el culto público. De nuevo estaríamos ante una evidencia que el mandato paulino del silencio de la mujer se dio dentro de una coyuntura específica del entorno sociocultural y religioso del momento, y no en un mandato universal para la iglesia.

II.- LOS MARIDOS DEBEN ENSEÑAR A SUS MUJERES:

Pero démosle una vuelta de tuerca más a este polémico mandato de silencio. En esa época las mujeres no tenían derecho alguno a la formación ni educación formal. Por tanto, si a muchos de nosotros nos pudiera escandalizar esta orden para callar en público, lo que seguramente asombraría a muchos corintios y contemporáneos sería la otra parte de esta exhortación (1 Corintios 14:34-35); aquella en la que Pablo afirma que “si quieren aprender algo, pregunten en casa a sus maridos”. Fijémonos en que se pide a los esposos que enseñen en casa a su mujer, si ésta así lo desea, validando delante de los hombres el derecho de la mujer al aprendizaje. Sin embargo, es cierto que Pablo considera conveniente que esta labor de formación se realice en un ambiente privado y no durante el culto religioso. Algo de sentido común por otro lado. Pocas veces desde los albores de los tiempos se había encomendado a los hombres esta labor de implicación en la instrucción de unas mujeres ajenas a cualquier sistema educativo de índole intelectual fuera de su llamado social y jurídico para hacerse cargo del marido y del hogar como única misión posible. Preguntémonos: ¿Por qué se le mandaría a los esposos enseñar a sus mujeres si estas no podían tan siquiera hablar en la congregación? ¿Qué propósito tendría educar a quien no tiene voz ni voto en la iglesia?

III.- MUJERES EN AUTORIDAD:

A pesar de las duras contingencias culturales, el papel de dirección o enseñanza le ha sido otorgado por Dios a diferentes mujeres que aparecen en la Biblia. Entre ellas está Débora, gran líder de Israel durante más de 40 años (Jueces 4 y 5). La Escritura recoge ejemplos como mujeres que profetizan en lugares sagrados (Éxodo 15:20-21; 2 Reyes 22:14; Isaías 8:3; Lucas 2:36-38; Hechos 21:8-9). Tenemos a Priscila, quien con su marido Aquila son mencionados juntos las veces que aparecen en la Escritura. También destacan Evodia, Síntique y Priscila como colaboradoras de Pablo o María, Pérsida, Trifena y Trifosa, fieles trabajadoras de la obra de Dios al igual que Junia o Junias (Romanos 16:7), quien ostentaba el cargo de mujer apóstol. De hecho, los manuscritos más fiables recogen el nombre femenino Junia y no Junias. Los primeros Padres de la Iglesia no dudaban de que la compañera de Andrónico en el apostolado fuera una mujer, probablemente su esposa. Juan Crisóstomo, a pesar de haber dejado escritos muy misóginos, dice sobre la bíblica Junia: “...Cuán grande es la devoción de esta mujer que debería ser contada como digna de ser denominada apóstol..." (Crisóstomo, Homilía sobre Romanos 16, Padres de la Iglesia Cristiana, Vol. II, p. 555). Ni siquiera Pablo incurre habitualmente en distinción entre colaboradores masculinos y femeninos, tal y como vemos en el caso de Febe, quien es encomendada a la iglesia de Roma pidiéndoles a éstos que la reciban con una actitud propia de autoridad de la Iglesia.

Conociendo sólo un poco de las terribles condiciones sociales en las que se movía la mujer del primer siglo así como las circunstancias específicas que debieron producirse entre las primeras cristianas de Corinto o Éfeso no sólo vemos como tremendamente positivas y dignificantes las palabras de Pablo hacia las mujeres sino también la coherencia entre este mandato para que las esposas callen cuando lo cotejamos con los ejemplos mencionados en los que vemos a numerosas mujeres levantadas por Dios para instruir o hasta para dirigir a su pueblo. Por todo lo anterior, es obvio que Pablo no mandó de forma general a todas las iglesias, en todos los tiempos, que la mujer callare en la congregación. Las palabras de Pablo deben entenderse como dirigidas a una iglesia específica, en una época específica de la historia eclesiástica. No fueron dichas como una norma o mandato general, sino con el propósito de solucionar un problema y una situación específica surgida en la iglesia de Corinto.

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