En su intento por desvirtuar el cristianismo y la Biblia misma, grupos ateos y feministas argumentan que el Dios judeocristiano es un Dios machista y misógino y que, la Biblia misma, está plagada de casos de discriminación contra la mujer por prescripción divina. Tal afirmación es absurda. Incluso los musulmanes, al ser confrontados con la realidad machista y retrógrada del Corán y la tradición islámica, suelen atacar la Biblia afirmando que ésta es aún peor que el Corán en sus prescripciones sobre el trato que la mujer merece. Para sustentar su postura, a menudo citan pasajes del Antiguo Testamento sacados de contexto. Analicemos brevemente la enseñanza del Antiguo Testamento en relación con la mujer y sus derechos.
I.- LA MUJER EN LA CREACIÓN:
En el relato de la creación, contenido en el Antiguo Testamento, Dios hizo al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza: “…Y Dios creó al ser humano a su imagen; lo creó a imagen de Dios. Hombre y mujer los creó…” (Génesis 1:27, Nueva Versión Internacional). Dios hizo tanto al hombre como a la mujer a su imagen. Ninguno de los dos fue hecho más a la imagen de Dios que el otro. Desde el principio vemos que la Biblia coloca tanto a uno como al otro en el pináculo de la creación de Dios. Ninguno de los sexos es exaltado ni despreciado. De modo que ambos comparten un origen común, vienen de Dios y poseen su misma imagen.
El relato de la creación nos muestra claramente el propósito de Dios para ellos: “…y los bendijo con estas palabras: «Sean fructíferos y multiplíquense; llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar y a las aves del cielo, y a todos los reptiles que se arrastran por el suelo.»…” (Génesis 1:28, Nueva Versión Internacional). Dios colocó al hombre y a la mujer como señores para que dominaran juntos su creación. Nótese que, en el huerto del Edén, Adán reconoció en Eva a su igual: “…De la costilla que le había quitado al hombre, Dios el Señor hizo una mujer y se la presentó al hombre, el cual exclamó: «Ésta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Se llamará “mujer” porque del hombre fue sacada.» Por eso el hombre deja a su padre y a su madre, y se une a su mujer, y los dos se funden en un solo ser…” (Génesis 2:22-24, Nueva Versión Internacional). Adán entendió que Eva era parte de su misma esencia, era de él mismo. A partir de ahí era uno con ella tal como dice Génesis 2:24. La premisa de la relación del hombre y la mujer era y sigue siendo en realidad la unidad total (Efesios 5:31), ambos están diseñados para estar juntos, para crecer en familia y en sociedad.
Estos pasajes bíblicos muestran una relación ideal, en donde el hombre y la mujer son complementarios. No se refiere de ninguna manera a la imposición de roles sociales; a que el hombre por serlo, deba hacer determinadas cosas, o a que la mujer por la misma razón, deba hacer otras. Sin embargo, esta relación de compañerismo y complemento se vio afectado por la desobediencia de Eva y Adán: “… Cuando la mujer vio que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos, y que el árbol era deseable para alcanzar sabiduría, tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido que estaba con ella, y él comió…” (Génesis 3:6, Biblia de las Américas). Si bien Eva fue engañada, Adán estaba allí con ella, también comió y desde ese momento todo cambio. El pecado trajo varias consecuencias, entre estas la dominación del hombre sobre la mujer: “… A la mujer le dijo: «Multiplicaré tus dolores en el parto, y darás a luz a tus hijos con dolor. Desearás a tu marido, y él te dominará.»…” (Génesis 3:16, Nueva Versión Internacional). No obstante, esto no iba a permanecer así para siempre, ya que Dios diseñó un plan de salvación para la humanidad, el cual sería llevado acabó a través de un Salvador nacido de mujer: “…Dios el Señor dijo entonces a la serpiente: «Por causa de lo que has hecho, ¡maldita serás entre todos los animales, tanto domésticos como salvajes! Te arrastrarás sobre tu vientre, y comerás polvo todos los días de tu vida. Pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la de ella; su simiente te aplastará la cabeza, pero tú le morderás el talón.»…” (Génesis 3:14-15, Nueva Versión Internacional; compárese con Gálatas 4:4).
Dicho plan contemplaba la remisión, redención y justificación del hombre y la mujer, y restituiría a los hombres y a las mujeres a su estado original, justo como fue al principio de la creación en donde los dos tenían un origen y un propósito común. Mientras dicha redención no se llevara a cabo, el peso de la dominación injusta del hombre sobre la mujer, caería sobre todas las hijas de Eva hasta la venida del Redentor. Pablo desarrolla esta doctrina en el Nuevo Testamente de forma clara. De acuerdo la enseñanza neotestamentaria, cuando se recibe a Jesús como Señor y Salvador, el hombre y la mujer obtienen los mismos beneficios (Gálatas 3:28). Cabe entonces preguntarnos: ¿Por qué debería entonces la mujer continuar con el castigo de su desobediencia? Ciertamente, si la mujer continúa cargando con las consecuencias de su desobediencia, aun después de recibir a Jesús, se estaría diciendo que ella no ha sido redimida, ni justificada y, por lo tanto, el sacrificio de Jesús sólo habría sido hecho en beneficio del hombre y no de la mujer. La mejor respuesta para la relación que debe existir entre hombre y la mujer, la dio Jesús a los fariseos cuando le preguntaron sobre el divorcio (Marcos 10:6-8). En su respuesta está la clave, pues la puso nuevamente en el principio de la creación, en su diseño original de igualdad, complemento, compañerismo y dignidad.
II.- LA MUJER BAJO LA LEY MOSAICA:
El pueblo de Dios en la antigüedad no escapó totalmente de sus prejuicios hacia la mujer. Dios, sin embargo, jamás dejaría en total abandono a las hijas de Eva. Por el contrario, estableció prohibiciones y normas encaminadas a protegerlas en medio de una sociedad machista y patriarcal donde sus derechos y dignidad tendían a ser pisoteados e ignorados. Aunque en cierto sentido se puede decir que la sociedad hebrea antigua se caracterizada por un sistema de relaciones que institucionalizaba el dominio del varón; la mujer israelita gozaba, en comparación con las mujeres en otras culturas, de ciertos derechos. En el registro bíblico se observa con frecuencia que las mujeres del antiguo Israel actuaban mayormente en la esfera doméstica, y son identificadas casi siempre en términos de los hombres que son sus padres, sus maridos, sus hijos, o (de vez en cuando) sus hermanos. Es más, el décimo mandamiento (en concordancia con el régimen patriarcal de la época) incluye a la mujer como una de las posesiones del hombre que no deben ser codiciadas: “… No codicies la casa de tu prójimo: No codicies su esposa, ni su esclavo, ni su esclava, ni su buey, ni su burro, ni nada que le pertenezca…” (Éxodo 20:17, Nueva Versión Internacional). Sin embargo, la ley mosaica establecía normas que buscaban proteger la dignidad de la mujer y su integridad física, guardándola de abusos por parte de su propio padre, esposo u otro miembro varón de la comunidad. Así, por ejemplo, si un hombre violaba a la mujer de otro, había de ser apedreado, pero la mujer era dejada con vida: “…Pero si un hombre se encuentra en el campo con una joven comprometida para casarse, y la viola, sólo morirá el hombre que forzó a la joven a acostarse con él. A ella no le harás nada, pues ella no cometió ningún pecado que merezca la muerte. Este caso es como el de quien ataca y mata a su prójimo: el hombre encontró a la joven en el campo y, aunque ella hubiera gritado, no habría habido quien la rescatara…“ (Deuteronomio 22:25-27, Nueva Versión Internacional).
Si un hombre seducía a una joven no comprometida con otro en matrimonio, y ambos tenían relaciones sexuales consensuadas, tenía que pagar la dote nupcial acostumbrada y casarse con ella; además, tampoco se le permitía divorciarse de ella, garantizándole así su seguridad económica y su sustento: “… Si alguien seduce a una mujer virgen que no esté comprometida para casarse, y se acuesta con ella, deberá pagarle su precio al padre y tomarla por esposa. Aun si el padre se niega a entregársela, el seductor deberá pagar el precio establecido para las vírgenes...” (Éxodo 22: 16-17, Nueva Versión Internacional).
Deuteronomio 22:28-29 suele generar conflicto debido a la interpretación errónea que se hace de dicho texto ya que, aparentemente, parece premiar a los violadores de mujeres: “…Cuando algún hombre hallare a una joven virgen que no fuere desposada, y la tomare y se acostare con ella, y fueren descubiertos; entonces el hombre que se acostó con ella dará al padre de la joven cincuenta piezas de plata, y ella será su mujer, por cuanto la humilló; no la podrá despedir en todos sus días...” (Deuteronomio 22:28-29, Nueva Versión Internacional). Sin embargo, nada podría estar más lejos de la realidad. Aún en la prescripción dada en estos versículos, el Dios de la Biblia muestra su amor por la justicia y su deseo de cuidar la dignidad de la mujer. El verbo hebreo “tapas”, traducido aquí como “tomar, asir, capturar” no indica en sí mismo algo en cuanto al uso de la fuerza. En realidad, nosotros usamos palabras de esta manera en el lenguaje regular. Por ejemplo, decimos que alguien tomó una galleta o tomó una esposa, sin dar la idea de que se está haciendo algo “por la fuerza”. Si alguien toma a un bebé en sus brazos, ¿qué ha hecho? Si un joven toma a una joven como esposa, ¿implica esto un acto que incluye la fuerza? Adicionalmente, es claro según el contexto inmediato de Deuteronomio 22 que no se está lidiando con la violación en los versículos 28-29. Sabemos esto por dos razones principales: (1.- Primero, los versículos 25-27 dan un ejemplo claro de violación. En este caso, un hombre viola a una mujer, ella “da voces” (vs. 27), pero está en el campo y nadie está allí para ayudarla. El texto dice que el hombre que cometió tal crimen debía “morir” (vs. 25), pero los israelitas no debían hacer nada a la joven; “no hay en ella culpa de muerte” (vs. 26). Es interesante que, en este caso claro de violación, el texto usa una palabra completamente diferente. La palabra traducida “la forzare” en el versículo 25 es el término hebreo chazaq, pero en el versículo 28 se cambia intencionalmente el verbo a tapas. (2.-Segundo, la lectura natural de los versículos 28-29 evidencia que ambas partes son culpables o al menos tienen algo de culpa. Note que el texto dice al final del versículo 28, “fueren [ellos] descubiertos”. Cuando se lidia en el capítulo con un caso obvio de violación, solamente se menciona específicamente al hombre en el versículo 25, y se dice que morirá “solamente el hombre que se acostó con ella”; pero notablemente se evita cualquier indicación de que “ambos” hubieran estado involucrados en pecado. Si se compara Deuteronomio 22:28-29 con Éxodo 22:16 descubriremos el meollo del asunto. Dicho texto dice: “Si alguno engañare a una doncella que no fuere desposada, y durmiere con ella, deberá dotarla y tomarla por mujer”, notamos que en este versículo en Éxodo no hay fuerza, y ambas partes comparten algo de culpabilidad. Es fácil ver el valor práctico de la instrucción de Dios en Deuteronomio 22:28-29. Un hombre tiene relaciones sexuales con una mujer joven que no está comprometida con nadie. Él no la fuerza o viola. Pero sus acciones son descubiertas. Ahora, ¿quién en la tierra de Israel quisiera casarse con una joven que no se ha conservado pura? El hombre no puede ignorar su pecado; él ha puesto a la joven en una situación difícil, en la cual pocos o ningún hombre quisiera casarse con ella. Ya que frecuentemente era el caso que las mujeres tenían problemas financieros muy difíciles sin la ayuda de un esposo, esto sería incluso más devastador para la joven. Dios consideró a las dos partes como responsables, instruyéndoles que se casaran y se mantuvieran juntos, sufriendo la vergüenza y superando las dificultades que habían ocasionado para sí mismos. No se puede pensar en otra instrucción que fuera más moral, amorosa y sabia que esta. Una vez más, la acusación del escéptico contra el amor de Dios no tiene fundamento.
Otra prescripción amorosa de Dios hacia la mujer la encontramos en el hecho de que la ley declaraba que un padre no debía convertir a su hija en prostituta, lo cual sí ocurría en otras sociedades paganas: “…No degraden a su hija haciendo de ella una prostituta, para que tampoco se prostituya la tierra ni se llene de perversidad…“ (Levítico 19:29, Nueva Versión Internacional). Si un padre optaba por vender a su hija como esclava (lo cual la exponía a sufrir abusos de tipo sexual por parte de sus amos), la ley establecía ciertas regulaciones destinadas a protegerla y garantizar su dignidad como persona, su sustento, o su eventual liberación: “…Si alguien vende a su hija como esclava, la muchacha no se podrá ir como los esclavos varones. Si el amo no toma a la muchacha como mujer por no ser ella de su agrado, deberá permitir que sea rescatada. Como la rechazó, no podrá vendérsela a ningún extranjero. Si el amo entrega la muchacha a su hijo, deberá tratarla con todos los derechos de una hija. Si toma como esposa a otra mujer, no podrá privar a su primera esposa de sus derechos conyugales, ni de alimentación y vestido. Si no le provee esas tres cosas, la mujer podrá irse sin que se pague nada por ella...” (Éxodo 21:7-11, Nueva Versión Internacional).
El pasaje de Éxodo 21 es sumamente importante si se tiene en consideración que, en las sociedades patriarcales de esa época, no había prohibición ni castigo para el que vendía ni para el que compraba a una mujer como esclava. Las leyes dadas en Éxodo 21 sobresalen no porque establezcan el derecho de llevar a cabo semejante transacción, sino precisamente porque pretenden reglamentarla proporcionando ciertos derechos fundamentales a la mujer. En las sociedades primitivas del Medio Oriente, el padre de familia tenía una autoridad de vida o muerte sobre los miembros de su familia extendida. Nótese que, cuando Tamar fue acusada de prostitución, su suegro Judá ordenó que fuera quemada de una vez: “… Como tres meses después, le informaron a Judá lo siguiente: —Tu nuera Tamar se ha prostituido, y como resultado de sus andanzas ha quedado embarazada. — ¡Sáquenla y quémenla! —exclamó Judá…” (Génesis 38:24, Nueva Versión Internacional).
Por su contexto cultural e histórico, Israel (al igual que otras sociedades de la época) tendía a fortalecer la autoridad del padre de familia para llevar adelante sus propios asuntos internos sin intervención de una autoridad mayor. Por eso Éxodo 21:7-11 es notable como intento de controlar la forma en que el amo trataba a una mujer esclava en su casa.
Otro pasaje aparentemente problemático se encuentra en Números 5: 11-31, una instrucción para el marido que recela de la fidelidad de su mujer sin prueba alguna (Números 5: 11-31). A primera vista, esta ley parece injusta y cruel. Pero en el contexto del poder casi absoluto del jefe de familia, algunos elementos llaman la atención. En primer lugar, la ley parte de la posibilidad de que la mujer sea inocente de las acusaciones del marido celoso, y el efecto neto de las provisiones es restringir el poder del hombre para actuar en ira contra la mujer, frenando así un posible abuso de poder. Esta ley quita de las manos del marido, o de cualquier otro miembro de la familia o clan, el poder sobre la mujer en el caso de celos infundados. Más bien, el marido celoso se ve obligado a disciplinarse y llevar sus sospechas a los sacerdotes. Al hacerlo sus pasiones podían calmarse o al menos podía escuchar consejos de parte de ellos.
La Ley tampoco excluía a la mujer de la adoración a Jehová. Si bien es cierto que el sacerdocio estaba limitado a los levitas de sexo masculino (lo cual también excluía por igual no sólo a las mujeres, sino a todos los varones de las otras tribus), las mujeres eran consideradas como miembros de la congregación y, como tales, podían entrar dentro de la mayoría de las áreas de la adoración. La Ley le ordenaba a todos los hombres presentarse o comparecer ante el Señor tres veces al año y, aparentemente, las mujeres iban con ellos en algunas ocasiones (Deuteronomio 29:10-11; Nehemías 8:2; Joel 2:16); no obstante, no les era requerido ir de forma obligatoria como a los varones de la congregación, muy probablemente debido a sus importantes deberes como esposas y madres. Por ejemplo, Ana fue a Silo con su esposo y le pidió a Dios que le diera un hijo (1 Samuel 1:3-18). Más tarde, cuando el niño nació, le dijo a su esposo: "… Yo no subiré hasta que el niño sea destetado, para que lo lleve y sea presentado delante de Jehová, y se quede allá para siempre…" (1 Samuel 1:22). Como cabeza de la familia, el esposo o padre presentaba los sacrificios y ofrendas en beneficio de toda la familia (Levítico 1:2). Sin embargo, la esposa podía presentarlos también. Las mujeres concurrían a la Fiesta de los Tabernáculos (Deuteronomio 16:14), a la Fiesta Solemne Anual de Jehová (Jueces 21:19-21) y al Festival de la Nueva Luna (2 Reyes 4:23). Un sacrificio que solamente las mujeres daban al Señor, era ofrecido después del nacimiento de un niño: "… Cuando los días de su purificación fueren cumplidos, por hijo o por hija, traerá un cordero de un año para holocausto, y un palomino o una tórtola para expiación, a la puerta del tabernáculo de reunión, al sacerdote…" (Levítico 12:6). Varias mujeres del Antiguo Testamento fueron famosas por su fe. Incluida en esa lista de Hebreos 11 hay dos de esas mujeres: Sara y Rahab (Génesis 21; Josué 2, 6:22-25). Ana, madre del profeta Samuel, fue un ejemplo santo de una madre israelita. Ella oró a Dios; creyó que Él escuchó sus oraciones; y cumplió con su promesa a Jehová Dios (1 Samuel 1). Ciertamente, la ley mosaica nunca excluyó a la mujer del culto a Dios.
III.- MUJERES DEL ANTIGUO TESTAMENTO QUE ROMPIERON ESQUEMAS: En el período veterotestamentario, el núcleo de la sociedad hebrea era la familia patriarcal, en la cual el padre era la autoridad máxima. Al principio, los hebreos vivían en grupos familiares o clanes dirigidos por el más anciano, el patriarca, que administraba justicia, dirigía la guerra y los ritos religiosos. La mujer debía sujetarse a la autoridad paterna hasta que contraía matrimonio, momento en que pasaba a ser propiedad del esposo. No obstante, a pesar de que en los tiempos bíblicos la sociedad hebrea era patriarcal, y por consiguiente la mujer tenía una posición subordinada al hombre, el Antiguo Testamento (prefigurando la futura libertad de la mujer en Cristo) incluye en sus páginas varios ejemplos de mujeres que desempeñaron cargos de liderazgo y autoridad, tanto política como religiosa, dentro de la sociedad hebrea del antiguo Testamento. Entre ellas podemos mencionar:
1) MARÍA: María, hermana mayor de Moisés, fue una mujer extraordinaria usada por Dios incluso desde su niñez para salvar la vida de su hermano menor y futuro profeta (Éxodo 2:3-7). Ella poseía un precioso don profético y musical que la convirtió en una valiosa líder de alabanzas y profetisa: "… Y María la profetisa, hermana de Aarón, tomó pandero en su mano, y todas las mujeres salieron en pos de ella con panderos y danzas. Y María les respondía: Cantad a Jehová, porque en extremo se ha engrandecido; Ha echado en el mar al caballo y al jinete…" (Éxodo 15:20-21). Otras mujeres del Antiguo Testamento seguirían posteriormente el ejemplo de María, aportando sus talentos en el ministerio de la música y la adoración a Dios. En el tiempo del Rey David, "…Dios dio a Hemán catorce hijos y tres hijas. Y todos éstos estaban bajo la dirección de su padre en la música, en la casa de Jehová, con címbalos, salterios y arpas, para el ministerio del templo de Dios…" (1 Crónicas 25:5-6). María es también mencionada en conjunción con Moisés y Aarón como dirigente de la nación hebrea. Esto ilustra el papel de liderato autoritativo y de gran influencia que ella ejercía: "… Porque yo te hice subir de la tierra de Egipto, y de la casa de servidumbre te redimí; y envié delante de ti a Moisés, a Aarón y a María…" (Miqueas 6:4). En el Israel primitivo no existía la discriminación de género en relación con el ministerio, o el uso de los dones y el llamamiento profético.
2) DÉBORA: Débora, una mujer casada, ocupaba dos posiciones u oficios: Uno como Profetisa (mujer profeta), y otro como líder o juez: "… Gobernaba en aquel tiempo a Israel una mujer, Débora, profetisa mujer de Lapidot; y acostumbraba sentarse bajo la palmera de Débora, entre Ramá y Betel, en el monte de Efraín; y los hijos de Israel subían a ella a juicio…" (Jueces 4:4-5). Bajo el liderato de Débora, los hijos de Israel fueron librados de la opresión y ocupación de su tierra por parte de un ejército extranjero. Ciertamente, ella cumplió el propósito antiguo de Dios para el hombre y la mujer: Tener dominio en conjunto, ambos por igual. Leemos: “… Varón y hembra los creó. Y los bendijo dios y les dijo: Sed fecundos y multiplicaos, y llenad la tierra y sojuzgadla; ejerced dominio sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo y sobre todo ser viviente que se mueve sobre la tierra… ” (Génesis 1:27-28, Biblia de las Américas). Dicha autoridad no fue dada al hombre solamente, sino al hombre y la mujer como iguales en honor y autoridad a la vista de Dios. La diferenciación entre ambos (que relega a la mujer a una posición inferior en muchas sociedades) vino como resultado directo de la caída, no como parte del plan original diseñado por Dios para el varón y la mujer (Génesis 3:16). Esta diferenciación (o mejor dicho discriminación) ha sido eliminada en Cristo, quien restituyó a la mujer a su posición elevada del principio (Gálatas 3:26-29). ¿Por qué, entonces, cuando el precedente bíblico existe para que las mujeres cumplan un papel importante en el plan de Dios, los hombres en posiciones de liderato en la Iglesia atribuyen para sí normas que impiden que las mujeres ministren?
3) LA MUJER SABIA DE ABEL BETMACÁ: Esta mujer claramente era una persona de influencia, líder de la ciudad blindada de Abel Betmacá en Israel. Como una líder civil en Israel, esta mujer, al igual que Débora, muy seguramente habrá tenido un grado de autoridad espiritual. Por medio de su uso sabio de autoridad y persuasión, ella rescató a su pueblo de ser destruido por Joab, el comandante del ejército del rey David (2 Samuel 20:15-22). Nótese que ni Joab ni David tenían problema alguno en oír el buen consejo brindado por mujeres. Es más, Joab sabía que David escuchaba sin discriminación a las mujeres, así que cuando no pudo persuadir a David acerca de una decisión, él le pidió a una mujer sabia de Tecoa para que le ayudase (2 Samuel 14:1-22).
4) HULDA: Durante el reino del Rey Josías, el libro de la ley fue descubierto en el Templo. Cuando los sacerdotes comenzaron a leerlo, entendieron que la nación se había apartado muy lejos de los caminos de Dios. Supieron que la nación estaba en peligro de ser destruida bajo el juicio divino. A fin de descubrir lo que deberían hacer, fueron a esta sobresaliente profetisa, quien les expuso los detalles específicos del juicio por venir que ya había sido determinado según el consejo divino: "… Entonces fueron el sacerdote Hilcías… a la profetisa Hulda, mujer de Salum… guarda de las vestiduras… y hablaron con ella…" (2 Reyes 22:14). Hulda inspiró al Rey Josías, al sumo Sacerdote y a los demás líderes de Israel, para que implementaran reformas morales y espirituales jamás registradas. Un profundo despertar religioso, o avivamiento, vino como resultado. Ningún ministerio profético registrado, produjo tal despertar y transformación en la nación de Israel en tan corto tiempo (Véase 2 Reyes 22 y 2 Crónicas 34).
Además de los casos específicos citados anteriormente, el Antiguo Testamento también muestra ejemplos de esposas que ejercieron el liderazgo en el gobierno de su familia:
a) Sara: En el libro de Génesis, por ejemplo, vemos nada menos que a Dios ordenándole a Abraham que, en contra de lo que era su opinión, hiciera caso de lo que Sara le decía en cuanto a su hijo Ismael (Génesis 21:9-12).
b) La Madre de Sansón: Otro ejemplo lo tenemos en el caso de los padres de Sansón. Cuando el Ángel del Señor se aparece para anunciar el nacimiento de un niño que liberará al pueblo de Israel, no lo hace al padre, sino a la madre (Jueces 13:2-14). ¿Por qué Dios no transmitió un mensaje tan importante al que se suponía que era el líder espiritual de la familia? A lo largo del diálogo se aprecia que, en dicha pareja de esposos, Manoa era el menos preparado tanto a nivel de conocimiento como de madurez espiritual, y es por eso que Dios se dirige a ella, pues estaba mejor preparada para asumir dicho mensaje.
c) Abigail: Encontramos también el caso de una mujer que se negó a aceptar la decisión de su marido y tomó otra opuesta a la de él, con la bendición de Dios. Se trata de Abigail. En el relato no se presenta como algo reprobable la actuación de Abigail, contraviniendo las órdenes de su marido. Por el contrario, David vio en ello la mano de Dios (1 Samuel 25:14-28).
EN CONCLUSIÓN:
Las Escrituras nos impulsan a afirmar que: “… para Dios no hay favoritismos…” (Hechos 10:34, Nueva Versión Internacional), seamos hombres o mujeres. Por lo tanto, quienes afirman, con base en el Antiguo Testamento, que Dios considera inferior a la mujer, la excluye del liderazgo, o que la biblia es machista y misógina, yerran por ignorancia o por malicia descarada. En las Escrituras no encontramos la desaprobación de Dios, ni su condena hacia la mujer, o incluso a la actuación de mujeres que ejercieron posiciones de liderazgo, ya fuera en la familia, en la vida civil o en la esfera religiosa. Además, en el nuevo convenio: “… Ya no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer, sino que todos ustedes son uno solo en Cristo Jesús…” (Gálatas 3:28, Nueva Versión Internacional). La voluntad del Señor siempre fue, ha sido y será que sus hijos, hombres o mujeres, se consideraran y trataran como iguales. Las leyes (en apariencia discriminativas hacia la mujer) dadas por conducto de Moisés en el Antiguo Testamento, deben ser entendidas dentro de su contexto histórico y cultural. El Señor toleró hasta cierto punto los tiempos de ignorancia de su pueblo pero también, en medio de dicha ignorancia, dejó leyes sabias que prefiguraban la intención final de Dios para su pueblo escogido: la igualdad. Jesucristo dijo: “… Esa ley la escribió Moisés para ustedes por lo obstinados que son — aclaró Jesús—. Pero al principio de la creación Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su esposa, y los dos llegarán a ser un solo cuerpo. Así que ya no son dos, sino uno solo...“ (Marcos 10:5-8, Nueva Versión Internacional).